lunes, 28 de mayo de 2012

Los fabricantes de nombres.


“¿Por qué te pones ese estúpido disfraz de conejo? 
Y tú, ¿Por qué te pones ese estúpido disfraz de hombre?”
 (Escena del cine, en la película Donnie Darko)



Ahí estaba él, seguro (inseguro a más a no poder, desesperado), era un edificio, una muralla (sobre arenas movedizas), su única certeza se llamaba igual que su nombre, un relato contradictorio. Pero “su “relato no era más que agua estancada, identidad podrida. Individualismo especulativo. 

Su primera certeza (su nombre), se ensamblaba con la segunda, que a la vez justificaba la primera y en una relación de mutualismo, un engranaje movía al otro y viceversa. La maquina funcionaba, con jerarquías, nombres y roles. 

El tercer elemento (el rol), era la cadena que unía nombres y jerarquías. Función social, entendida como individual, como nombre, como orgullo, como poder. Y todo nacido de las tripas, del miedo, el asco, la bronca, la desilusión y el aislamiento. Propio de un caminante en un desierto, un boy scout sin manada. Robinson Crusoe el ideal e imagen que guiaba a la carne y el destino del nombre, en su identidad. 

Pero era inevitable que en algún momento la maquina dejara de andar, se sobrecargara, entrara en cortocircuito, estableciera una pausa, “se trancara” y lo peor de todo… cesara de funcionar por no poder “andar” en el vacío, en las coyunturas propias de las arenas movedizas. Se necesitaba un nuevo suelo, o una nueva máquina para un viejo suelo. 

Ese fue el momento, en que la maquina se destrozo, volaron en mil pedazos los engranajes, el nombre ya no significaba nada. El espejo no era el reflejo fiel de la situación, el cuerpo-nombre no se identificaba. Estaba en crisis, los resortes saltaban, los engranajes eran maquinas de hacer agujeros que volaban por todos lados. 
Las jerarquías se demolían y adquirían nuevas formas, el Panóptico ya no significaba nada: ese instrumento, esa arquitectura que servía para controlar, se demolía como el muro de Berlín. Algunos tenían esperanzas, toda una maquinaria había caído en crisis, pero todo esto no era más que un reacomodamiento de las fuerzas en cuestión. Nuevas relaciones florecían en el campo de batalla. 

Cuerpos-Nombres que ya no eran un rol, y tampoco un lugar jerárquico. Tampoco eran una organización del tiempo a la que se habían acostumbrado. Tampoco eran la “disciplina” que moldeaba hasta los más profundos de sus huesos, nervios y tripas. Y en medio de semejante situación y confusión entre códigos de barras, máquinas, nombres, roles, jerarquías, electricidad y aceite, alguien o algo se animo a susurrar: 

- ¿Quién soy?, ¿qué soy?, ¿qué carajo hago? 

En ese momento ese susurro, obtuvo un largo silencio de aproximadamente 3 días, el desierto crecía en el interior, el vacio se instalaba lentamente, la angustia invadía nuevos territorios y los cubría lentamente llegando hasta los confines más marginales. 

Dos nuevas respuestas se construyeron para los nuevos tiempos. Ambas respuestas eran interpretaciones distintas para un mismo suelo. Un territorio devenido en arenas movedizas, un desierto peligroso, en el que las nuevas tecnologías habían transformado a las viejas máquinas. 

Una primera respuesta se basaba en las relaciones sinópticas, eran nuevas formas de dominación alejadas de las pesadas construcciones y maquinas panópticas, las máquinas de vigilancia se habían descentralizado, y ahora formaban parte de cámaras de vigilancia-seguridad instaladas en la cabeza de cada sujeto, las jerarquías habían encontrado una nueva forma de mutar, a través de la vigilancia constante e individual, ya no era necesario un “patrón burgués” al que culpar por las desgracias, la culpa y el castigo fueron re-significados, a través de la competencia. 

Verdaderamente el hombre se había convertido en lobo del hombre. Competían entre sí, se mataban entre sí, nuevamente la ilusión de creerse uno mismo en un cuerpo-nombre guiaba al destino y la carne de los individuos-máquinas, devenidos en individuos-lobos. 

Las jerarquías seguían firmes (pero con nuevas ropas) , como el esqueleto y columna vertebral de la nueva sociedad, los roles se habían vuelto sumamente frágiles, eran los nuevos enchufes que se conectaban de un toma corrientes a otros, y permitía darles energía a los individuos, o por lo menos darle dinero necesario para que siguieran con vidas. El nombre, esa estampa que confirma el registro de un cuerpo en la sociedad-sistema se encontraba inflado e hinchado como un globo con helio, lo que permitía la ilusión de creerse una identidad histórica que sobrevolaba lentamente sobre el viejo suelo re-significado. 

Una segunda respuesta se construyo en este nuevo espacio (que tenía como columnas nuevos controles y a la vez nuevas libertades), era la respuesta de aquellos que no les interesaba competir, sino que les interesaba vivir. No les interesaba sobrevolar lentamente el territorio, sino investigarlo, conocerlo, caminarlo, recorrerlo y perecer en el intento. Y mientras se los codificaba en códigos de barras, nombres, gustos, estos cuerpos clasificados y archivados buscaban nuevas formas de expresión, construcción, nuevos focos de resistencias. 

Eran autenticas chispas, que ardían en el suelo. Autentico fuego que iluminaba en la tierra, lejos de los cielos. Conocían y trataban de conocer todos los vericuetos, puentes, caños, vasos comunicantes, cada engranaje de la nueva máquina, los lugares-espacios que se habían cubierto con la nueva maquinaria. También se esmeraban por escapar y adueñarse de sus propios acontecimientos, tiempos. Los relojes eran sus enemigos. El tiempo capturado y dividido en segmentos producía roles nuevos, que se intentaban esquivar por todos lados. 

El nombre no los determinaba, condicionaba y fabricaba, sino que eran experiencias que atravesaban el tiempo y el espacio, auténticos destructores de su propio ego. Ellos luchaban, luchan en cada escena, en cada relación de fuerzas, en cada singularidad en la que se experimenta displacer. No eran solo nombres, eran experiencias sin codificar, en la multiplicidad del tiempo. 

La nueva máquina profundamente oscura organizaba el tiempo y el espacio de una nueva forma en la que se unían técnicas, ciencia, creencias y el capitalismo, manteniendo la lógica del intercambio social a través del dinero, como flujo codificado. 

Hasta el momento conozco solo dos grandes respuestas a este nuevo momento histórico, la de los individuos-máquinas-nombres y la de los cuerpos-experiencias que cambian en el espacio y tiempo. No sé qué ocurrirá, ni que relaciones y experiencias serán funcionales o revolucionarias, o revoluciones funcionales. Las certezas fueron abolidas, la modernidad desbocada me-nos encuentra en la multiplicidad de experiencias que se intentan unificar, a veces bajo el nombre, a veces bajo una sensación, a veces bajo una memoria, un territorio. Quizás unificar no sea gobernar sino simplemente sentir y experimentar relaciones momentáneas. 
No lo sé, pero creo que en este nuevo ring, el azar, el tiempo, el control se bate a duelo y a veces se conforman con hacer alianzas extrañas.

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